
ni por qué fuiste mía, ni por qué te perdí.
Sé que llovía como llueve ahora,
aunque ahora es más triste porque llueve sin ti.
Y sé que, de repente, cayeron dos diamantes
sobre tus zapatillos de charol...
Y era dulce aquel llanto de tus ojos radiantes,
como esos mediodías en que llueve con sol.