Su semblante resplandecía de felicidad.
Y me subió a los labios mi sonrisa galante,
con algo de impotencia y algo de vanidad.
En las manos del otro
palpitaban sus manos;
en el brazo del otro se apoyaba feliz...
Y me envolvió una niebla de recuerdos lejanos,
y sentí que sangraba mi vieja cicatriz.
La vi pasar con otro,
risueña y arrogante.
Me pareció más bella, más gallarda...
No sé. Sólo sé que de nuevo la amé
en aquel instante, más que cuando fue mía,
si es que entonces la amé...
Y, de esa llamarada que aún me quema,
de ese dolor amargo como un golpe de mar,
ya lo veis: ha nacido este poema
deplorablemente vulgar...