*La abeja

I

Tu boca jugosa y fragante.
su risa coqueta reía.
Tan fresca la risa fluía,
que su agua la fuente sonante
por ti detenía...

Tu boca reía... tu boca,
que tiene humedad de ambrosia,
que tanto promete y provoca;
tu boca de piel y armonía,
reía...

Y vino una abeja dorada,
de mieles ansiosa,
y quiso creyéndola rosa,
posarse en tu boca encarnada
fragante y jugosa...

Y en tanto la abeja volaba
buscando la miel de la rosa,
riendo una risa nerviosa,
tu boca el ataque esquivaba,
melodrosa...

Tu boca reía y gemía
de angustia... La abeja de oro,
en pos de la rosa que huía,
ritmaba su vuelo sonoro...

Y, al cabo, la abeja
posase en tu boca riente,
Tu risa fue grito doliente,
fue queja...

II

Decidme, señora, si es justa
la cólera vuestra;
decir si merezco esa adusta
mirada que demuestra...

Al ver vuestro aprieto, un instante
quedase mi mente perpleja:
¡No había manera galante
de darle la muerte a la abeja!

Verdad que os besé; pero en eso
no hay sombra de culpa:
Matar una abeja de un beso,
tal beso disculpa.

No fue, mi Señora, osadía,
besar vuestros labios, rosados:
La abeja me iriso en su agonía.
Miradme los labios hinchados.

Cierto es que bendigo
la abeja traidora,
mas, ved cuánto sufro, en castigo
de haberos besado, Señora.

Reíd vuestra risa nerviosa,
reíd vuestra risa coqueta;
que ría la boca jugosa,
que ría la húmeda rosa
que adora el poeta...

Reíd, y pensad un instante
sí beso una injuria refleja:
¿Había otro modo galante
de darle muerte a la abeja?

 

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