Los que la vieron luciendo aquella rosa
que era como el fragante coágulo de una llama,
no supieron decirme cuál era más hermosa:
sí la rosa o la dama.
Los que vieron la dama llevar la flor aquella
como un broche de fuego sobre su piel sedosa,
no supieron decirme cuál era más hermosa:
sí la dama o la rosa.
Cuando pasó la dama, fue un perfume su huella.
Nadie supo decirme si fue la flor, o ella,
la que dejo la noche perfumada.
Y yo, yo, que la tuve desnuda sobre el lecho,
yo, que corté la rosa para adornar su pecho,
tampoco dije nada.